Vivituario, homenaje a mis padres: Gustavo Adolfo Fierro y Fanny Carrión de Fierro
Por Luis Fierro Carrión
Hace unos días fui al funeral de mi querida suegra, y recordé que me había propuesto, hace algún tiempo, escribir un “vivituario” u homenaje en vida a mis padres, algo que ellos pudiesen leer mientras todavía gozan de plena lucidez y uso de sus extraordinarias facultades.
(Es algo curiosa la costumbre de dejar para después de que alguien ha fallecido el describir sus virtudes y cualidades).
Mis padres son, con lejos, las personas más brillantes, generosas, sabias y amables que conozco. Supongo que todos los hijos dirán cosas similares, al igual que todos los padres dirán que sus hijos son los más inteligentes, altruistas, desprendidos y empáticos. Pero resulta que ambas afirmaciones son literalmente ciertas en mi caso – me imagino que mis hijos heredaron dichas virtudes y cualidades de sus abuelos.
Recuerdo que cuando era adolescente, e iba a fiestas, mi padre insistía en irme a recoger a cualquier hora del día o de la noche, y no solo que me llevaba a casa, sino que iba a repartiendo por todo Quito a mis amigos que cabían en el carro. Decía que prefería hacer esto antes que tener la preocupación de que algo me pudiese ocurrir – y esto en el Quito franciscano y relativamente tranquilo de finales de los setenta e inicios de los ochenta (ahora quizás sería una precaución necesaria).
A lo largo de mi vida, he sido el beneficiario de actos de generosidad y desprendimiento realmente extraordinarios. Aparte de la beca de la cual disfruté en la Pontificia Universidad Católica de Quito por el mero hecho de ser hijo de dos profesores de la PUCE, cuando fui a mis posgrados en las Universidades de Oregón y Texas – y ante las modestas becas que obtuve de dichas universidades – mis padres haciendo un inmenso esfuerzo y sacrificio pudieron prestarme una suma considerable, que solo la terminé de pagar cuando había ingresado a trabajar en un organismo internacional, el Banco Interamericano de Desarrollo.
Una de las primeras casas en las cuales viví después de casarme fue la casa de la Andalucía, casa en la cual yo mismo había vivido desde que nací y en mi infancia, y por la cual me cobraban un “arriendo” simbólico. Igualmente, me “vendieron” mi primer vehículo, una camioneta Nissan convertida en station wagon, por una suma igualmente simbólica (y que al venderla antes de ir a Oregón -por un monto mayor- también me permitió enfrentar ciertos gastos del viaje e instalación). En cada ocasión de mi vida en que les he pedido apoyo (para adquirir bienes inmuebles, por ejemplo), me han prestado dinero de manera gustosa y desinteresada.
Más recientemente, decidieron donarnos en vida a sus hijos todos los bienes y activos que ellos habían acumulado en décadas de ahorro y sacrificio – en mi caso, heredé la misma casa de la Andalucía que había visto mis primeros pasos y los primeros pasos de mis hijos. Estas donaciones, por cierto, antes de que se generase el incentivo de las confiscatorias propuestas de leyes de herencia y plusvalía del actual gobierno.
Pero más allá de los bienes materiales, que obviamente agradezco mucho, han sido siempre extraordinariamente generosos con su tiempo, su sabiduría, sus consejos, y su orientación. Cada vez en mi vida en que me he encontrado ante una encrucijada o dilema, mi primera llamada ha sido a ellos, y siempre, de la manera más sutil y afectuosa, me han guiado hacia la decisión correcta.
(Por ello, y por muchas otras razones, no me puedo imaginar siquiera que haré cuando ya no estén).
En términos más generales, han demostrado, con su ejemplo, cómo se debe llevar una vida de solidaridad, de altruismo, de entrega a los demás, de aportar a construir un país y un mundo mejor.
Mi padre dice que recuerda que, cuando él tenía cinco años, ya daba clases de alfabetización a adultos analfabetos. Es decir, ya ha cumplido 75 años de desempeñar aquella noble profesión de maestro, de profesor, lo cual seguramente debe ser un récord Guinness. Hasta ahora sigue dando clases en la Universidad San Francisco de Quito.
Junto con mi madre, han enseñado a miles, o quizás decenas de miles, de estudiantes universitarios, tanto en el Ecuador como en Estados Unidos, cuando han estado como profesores visitantes. Hasta ahora reciben mensajes y cartas de estudiantes muy agradecidos, quienes recuerdan que sus enseñanzas y lecciones fueron importantes en sus vidas. En innumerables ocasiones amigos y conocidos me han comentado que ellos han sido los mejores profesores que han tenido. Si bien nunca tuve el privilegio de tomar alguna de sus clases, si me beneficié, por supuesto, de la instrucción impartida en el seno del hogar (y de los esfuerzos de mi madre por mejorar mi ortografía, aunque le absuelvo de toda culpa de mi persistencia en ciertos errores).
Mi madre ha escrito y publicado numerosos libros y ensayos, incluyendo varios poemarios, un libro de cuentos, varios libros de crítica literaria y ensayos sobre humanismo y política. Ha recibido varios premios literarios, incluyendo el Premio Nacional de Poesía Gabriela Mistral (1958, 1961, 1981 y 1985); el Premio Nacional de Poesía del Ecuador (1962); el Premio de Poesía "Juana de Ibarbuoru", Montevideo (1995), y el Premio a la Investigación otorgado por la Asociación de Profesores de la PUCE a su ensayo titulado "José de la Cuadra, precursor del Realismo Mágico Hispanoamericano" en 1986, que fue publicado como libro en 1993. Para más detalles sobre sus logros como escritora, académica y profesional, ver: https://sites.google.com/site/fannycarriondefierro/
Mi padre ha escrito varios libros y artículos sobre lingüística, ha traducido varios libros, y ha publicado decenas de artículos sobre temas educativos, sociales, literarios, etc. Ver detalles en: https://sites.google.com/site/luisfierro/gustavofierro
Menciono en particular sus publicaciones, por aquel dicho de que para trascender en la vida hay que plantar un árbol, tener un hijo, y escribir un libro. Pues mis padres han escrito varios libros, tuvieron varios hijos (y ahora nietos), y han plantado muchos árboles, tanto en el sentido literal como figurativo. Adicionalmente, diría que su labor como profesores también permitirá que sus enseñanzas y ejemplo perduren en el tiempo.
Si bien mi hermano Gustavo Fierro Carrión, además de médico, es profesor universitario, la verdad es que a mí nunca me entusiasmó ser profesor (aunque seguí los pasos de mi padre, un poco más tardíamente, alfabetizando cuando tenía unos quince años; y fui instructor y asistente de cátedra en la Universidad de Texas, mientras cursaba mis estudios). La fascinación con los idiomas y la traducción la heredó mi hermana, Patricia Fierro, quien ahora es traductora a tiempo completo de inglés, portugués y francés. También ha trabajado ocasionalmente como profesora de idiomas y traducción.
Pero sí me inspiraron mucho sus valores y ética, es decir dedicar la vida a tratar de contribuir a hacer del Ecuador, de América Latina, y del mundo, un mejor lugar para vivir, y cuidar del medio ambiente. He intentado promover el desarrollo económico, social y ambiental de América Latina y el Caribe, y actualmente me dedico a combatir el cambio climático. Siguiendo los pasos de mis padres, he publicado algunos libros y artículos, aunque no suficiente de ficción, como quisiera en el futuro.
Mi padre obtuvo un Ph.D. en Lingüística de la Universidad de Georgetown, uno de los primeros ecuatorianos en obtener un Ph.D. en cualquier campo (también una Maestría en Literatura de Western Michigan University y una Maestría en Lingüística de UCLA). Mi madre un Doctorado en Literatura de la PUCE, y una Maestría de la Universidad de California en Berkeley. Siempre han valorado mucho la educación, como debe ser obvio, y sus hijos obtuvimos posgrados. Mi hijo Pablo Fierro ha seguido los pasos de sus abuelos, obtuvo hace poco una Maestría en Literatura Inglesa, y también ha enseñado. Mis dos hijos, Juan Fernando y Pablo Antonio, han publicado cuentos, poemas, y han pintado cuadros (algo que mi madre también ha hecho).
En fin, todo lo que tengo y lo que soy se lo debo a mis padres. Les guardo una inmensa gratitud. No podría haber tenido mejores padres. Les amo.