Por Luis Fierro Carrión (*)
Twitter: @Luis_Fierro_Eco
Los aparatos de propaganda e inteligencia del gobierno ruso han venido
interfiriendo en procesos electorales a partir del referendo sobre la
independencia de Escocia en 2014. Fue
notable su intervención en la campaña por el “Brexit” (la salida del Reino
Unido de la Unión Europea), y en las campañas de 2016 y 2020 en Estados Unidos
(en favor de Donald Trump).
La intromisión del gobierno ruso en las elecciones de 2016, para atacar
a Hillary Clinton y favorecer a Trump, incluso fue investigada por el fiscal
especial Robert Mueller.
En términos generales, el informe de Mueller encontró que Rusia envió desinformación,
o información manipulada, a las cuentas de redes sociales, incluyendo a Twitter
y Facebook. Adicionalmente, los sistemas electorales de los 50 estados fueron
atacados por agentes rusos, buscando vulnerabilidades. No hay evidencia de que
se cambiaran los votos, pero sí que los agentes rusos (vinculados al aparato de
seguridad del Kremlin) pudieron haber cambiado la información de la inscripción
de votantes, incluyendo la asignación de recintos electorales.
A raíz del “éxito” de las campañas de desinformación con el Brexit y la
elección de Trump en 2016 (y algunos intentos fallidos, como en Escocia y
Cataluña), varios otros países han desarrollado sus capacidades para esta
guerra de desinformación. Entre ellos, por ejemplo, se denunció que tanto Rusia
como Irán (o, posiblemente, agentes de otros países haciéndose pasar por iraníes) volvieron a
intervenir en las elecciones de 2020 en Estados Unidos, y otras naciones como China y
Corea del Norte también desarrollaron esa capacidad.
Otra variante es el “hackeo” de cuentas de correo electrónico de líderes
políticos, lo cual probablemente ha ocurrido por décadas, pero en 2016 fueron
utilizadas como armas para atacar a determinados candidatos. Así, por ejemplo,
la inteligencia rusa pudo entrar a las cuentas del director de la campaña de
Hillary Clinton, John Podesta, así como del Comité Nacional Demócrata, pero en
lugar de mantener la información oculta para potenciales extorsiones, la divulgó
(a través de WikiLeaks y otros medios digitales) para tratar de generar
divisiones internas en el Partido Demócrata, y así tratar de reducir la
votación por Clinton en las elecciones generales. Hillary Clinton terminó
obteniendo casi 3 millones de votos más que Trump, pero, por la estructura del
“Colegio Electoral”, Trump pudo ganar con una diferencia de 71.000 votos en
tres estados.
Con la pandemia, la desinformación también se ha desatado, generando
múltiples teorías de conspiración sin fundamento. En algunas de ellas, se ataca
a multimillonarios que han apoyado la consolidación de la democracia, la salud pública,
y la educación, tales como George Soros y Bill Gates. Mientras que Gates, por
ejemplo, ha venido promoviendo la vacunación contra diversas epidemias y el
fortalecimiento de los sistemas de salud pública; se tejieron teorías
conspirativas absurdas como que el fundador de Microsoft habría “creado” el
coronavirus y buscaría “enriquecerse” con las vacunas (cuando las actividades
de la Fundación Gates son filantrópicas).
En Estados Unidos, además, se ha propagado la teoría conspirativa QAnon,
según la cual las élites del Partido Demócrata, millonarios, actores, etc.,
formarían parte de un grupo satánico dedicado a la pedofilia y al asesinato de
niños. Esta última teoría surgió después de que el candidato Trump fuera
acusado de haber violado a dos menores de edad, en compañía de Jeffrey Epstein
(el pedófilo convicto quien apareció muerto en una cárcel de Nueva York).
Seguidores de esta secta, y otros grupos de supremacía blanca y
neo-Nazis, invadieron el Congreso de los Estados Unidos el 6 de enero, causando
la muerte de 5 personas (y amenazando de muerte a legisladores Demócratas),
motivados por la desinformación generada por Trump y sus seguidores, en torno a
falsas acusaciones de fraude electoral (acusaciones que fueron desvirtuadas en
más de 60 casos judiciales, incluyendo uno ante la Corte Suprema). El jefe de la seguridad
informática de las elecciones (del gobierno de Trump) y el propio Fiscal
General de Trump, Bill Barr, desmintieron que hubiese habido fraude electoral; pero,
no obstante, un alto porcentaje de los Republicanos y seguidores de Trump
siguen pensando que si ocurrió.
En esto tienen una responsabilidad las redes sociales. Un estudio de MIT encontró que la información
falsa se distribuye de manera más extendida, más rápida, y más profunda, que la
información verdadera, en todas las categorías de información, en muchos casos
por un orden de magnitud.
Por ello, fue un poco extemporáneo que Facebook, Twitter y otras redes
sociales cerraran las cuentas de Trump, de seguidores de QAnon y otras fuentes
de desinformación (sobre la pandemia y las vacunas, por ejemplo), ya cuando el daño
había sido hecho.
(*) una versión resumida de este artículo fue publicada en el Diario "El Universo" el 5 de febrero, 2021
https://www.eluniverso.com/opinion/2021/02/05/nota/9613188/desinfodemia
Partidarios de Trump invaden el Congreso de Estados Unidos ((AP Photo/Manuel Balce Ceneta)
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